Dios nos habla de diferentes maneras, y nuestra respuesta es la oración, que es el deseo de vivir en su presencia para entender lo que quiere de nosotros y conocer su voluntad.
En nuestras oraciones nos dirigimos a Dios porque es el creador de todo lo existente, de lo material y de lo espiritual, de las cosas visibles e invisibles; nos dirigimos a Dios, al que nadie ha visto jamás, que existe por sí mismo eternamente; nos dirigimos a Dios, que habita en una luz inaccesible, como nos dice el apóstol Pablo en una de sus cartas (1 Ti 6:16). Sin embargo, Dios, siendo trascendente y absoluto, está siempre cerca de nosotros: es el que es, que era y que vendrá (Ap 1:4).
Podemos dirigir nuestras oraciones a Dios, que es la fuente de la vida que anima a todos; en palabras de Jesús, Dios hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia a todos los seres humanos (Mt 5:45). Podemos dirigirnos a Dios en nuestras oraciones porque nos creó a su imagen y a su semejanza para que pudiéramos comunicarnos con él y ser sus intermediarios con el resto de la creación (Gn 1:26). Dios nos da la vida y la capacidad de comunicarnos con él en forma personal por medio de la oración, porque orar es poner en movimiento esa relación personal con Dios, restableciendo la relación de confianza con él.
La condición natural de los seres humanos es estar unidos a su Creador, de quien reciben la vida y la fuerza que los mantiene vivos. Así lo manifestó el apóstol Pablo hablando en Atenas a los filósofos de la ciudad, cuando les dijo que los seres humanos viven, se mueven y existen en Dios, porque son de su linaje (Hch 17:28), hechos a su imagen y semejanza.
A través de la oración, de la contemplación y meditación, en forma gradual, la persona permite y entiende la acción de Dios en su vida. El ser humano puede también entregar su voluntad personal a Dios en la oración, es decir, rendirse a Dios, para que él se exprese con plenitud en nuestra vida, aunque éste puede ser un paso difícil de dar. Dios actúa también en nuestras vidas si nos proponemos llevar una vida de amabilidad, de amor al prójimo y de compasión. Esa es entonces una forma de oración viva.
Jesús nos enseña que Dios es nuestro Padre, que siempre está muy cercano. Jesús enseñó a sus discípulos a orar al Padre; les enseñó la manera más adecuada para dirigirse a él. Por eso, el Padre Nuestro es la oración del Señor y nuestra principal oración (Mt 6:9-13).
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