La Bendición es una declaración de alegría, de felicidad, de éxito, de buenas intenciones, que se expresa en palabras y que alguien dirige a otra persona; es la manifestación de un deseo para que a otro le suceda lo mejor en su vida. Es elogiar y reconocer sus méritos. En la bendición se manifiesta el poder de la palabra que se pronuncia con intención y fuerza para alcanzar su propósito.
Toda bendición procede de Dios, que es el origen de todo lo bueno, porque siempre quiere lo mejor para los seres humanos y para toda su creación.
Así, por todas las personas, las obras que producen y por todas las cosas de la creación podemos rezar a Dios para que les dé su bendición, su favor y protección.
En el libro del Génesis, el primero de la Biblia, leemos que Dios hizo el mundo por medio de su palabra, creó a los seres humanos a su imagen y semejanza, y les dio la bendición para que se multiplicaran y llenaran la tierra, dándoles autoridad sobre los seres que habitan el mar, sobre los que vuelan por el aire y sobre los que se mueven sobre la tierra (Gn 1:27-28).
Más adelante, Dios da su ley a los israelitas por medio de Moisés: si ellos obedecen la ley recibirán la bendición de Dios, es decir, su protección, seguridad y paz, ya que dejarse guiar por la palabra de Dios significa confiar en él y esperar todo de su bondad; el que así vive es como un árbol plantado cerca del agua, frondoso y cargado de frutos, lleno de las bendiciones divinas (Jer 17:7-8).
Los seres humanos hemos sido creados por Dios con la capacidad de comunicarnos mediante el lenguaje de palabras. La palabra tiene un gran poder porque nos ayuda a relacionarnos con los demás y a identificar las cosas y los acontecimientos. Con la palabra podemos influir bien o mal sobre nosotros mismos y sobre los demás, ya que la palabra tiene el poder de crear o de destruir.
Las palabras pronunciadas son algo muy serio, que nos compromete; por eso se dice que antes de hablar hay que contar hasta diez, y también que el corazón del hombre justo medita antes de responder (Pr 15:28). Porque las palabras no se las lleva el viento como opinan algunos, sino que permanecen en el corazón del que las dice y en el interior del que las oye, produciendo siempre un impacto sobre las personas. De ahí la importancia de la oración de bendición.
Jesús enseñó que es bueno bendecir a las personas y a las cosas, porque todo viene de Dios. En una ocasión seguía a Jesús una multitud muy grande, atraídos todos por sus enseñanzas y por los milagros que realizaba. Al terminar el día, sus discípulos pidieron a Jesús que despidiera a la gente para que pudieran ir por los pueblos cercanos en busca de comida, pero él dijo a sus discípulos que ellos mismos debían alimentarlos. Sólo disponían de cinco panes y dos peces; sobre estos alimentos Jesús pronunció la bendición, los multiplicó y sació con ellos a la multitud, y aún sobraron doce canastas (Lc 9:16-17).
Reunido Jesús con sus discípulos en la última cena, pronunció la oración de bendición sobre el pan y el vino que luego repartió entre ellos (Mr 14:22). Después de resucitar, Jesús llevó a sus discípulos fuera de la ciudad para despedirse de ellos; ahí elevó sus manos, y mientras los bendecía, se separó de ellos y ascendió a los cielos (Lc 24:50-51).
Nosotros, como seguidores de las enseñanzas de Jesús, estamos también llamados a pronunciar palabras de bendición. Para esto nuestro interior debe estar lleno de amor y de buenas intenciones, porque Jesús enseñó que de la abundancia del corazón habla la lengua (Lc 6:45). En primer lugar, podemos bendecir a Dios, aunque él no necesita nuestra ayuda como la necesita un ser humano; en este caso, bendecimos a Dios como una expresión de gratitud, de reconocimiento por todo lo que nos da, por ser el creador que da la vida a todos los seres, como muestra de admiración por sus obras (Sal 34:1-3). Bendecir a Dios es lo mismo que adorarlo, alabarlo y darle gracias.
También estamos invitados a bendecir a otras personas como una expresión de amor al prójimo, para fortalecerlas, llenarlas de confianza, animarlas para que se sientan bien y ayudarlas en su caminar por la vida; esto significa reconocer los méritos que tienen los demás y desearles lo mejor, como el éxito en lo que emprenden y una buena salud, pidiendo la protección de Dios para ellos.
No olvidemos también buscar lo mejor para nosotros mismos, invocando la protección divina con expresiones como “que hoy tenga un buen día, que mi trabajo sea de provecho”, o bien “hoy estoy alegre porque me va bien con la ayuda de Dios”. Así podemos expresar el amor que debemos tener hacia nosotros mismos.
Del mismo modo, podemos bendecir a nuestros hijos (Gn 27:27-29), hermanos, familiares y amigos. También se pueden bendecir las obras humanas y los instrumentos de trabajo por ser operados por personas, y la naturaleza por ser parte de la creación de Dios.
En el mismo sentido, también podríamos pedir que nos bendiga nuestro padre, nuestra madre o un abuelo, es decir, una persona que respetemos y que nos ame. Al bendecirnos, esa persona invoca y nos transmite la bendición de Dios; es como un intermediario que nos dice lo que Dios quiere para nosotros.
Se sabe que en nuestro corazón se entremezclan lo bueno y lo malo, las buenas y las malas intenciones, como el trigo crece junto con la mala hierba (Mt 13:24-30). Si no estamos atentos a lo que hay dentro de nosotros, sucederá que con la misma boca con la que bendecimos y agradecemos a Dios, podremos maldecir y destruir a nuestro prójimo (Stg 3:8-10). Optemos entonces, en todo momento, por pronunciar palabras de bendición tanto sobre nuestros seres queridos como sobre nuestros enemigos como nos enseña Jesús. Aún más, él nos llama a bendecir a los que nos maldicen y a rogar por los que nos hacen daño (Lc 6:27-28).
En conclusión, la bendición es un acto poderoso y significativo que nos permite expresar amor, gratitud y buenos deseos. A través de la bendición, reconocemos a Dios como fuente de todo lo bueno. Siguiendo el ejemplo de Jesús, estamos llamados a bendecir a los demás con un corazón lleno de amor y buenas intenciones, contribuyendo así a su bienestar y crecimiento espiritual. Al bendecir, fortalecemos nuestras relaciones ofreciendo apoyo a otros, cumpliendo así la enseñanza de amar al prójimo como a nosotros mismos.
Señor, te damos gracias por estar reunidos en familia
Y con los amigos que hoy nos acompañan.
Bendice, Señor, estos alimentos, necesarios para nuestro sustento
Preparados con cariño y dispuestos en esta mesa acogedora.
Bendice, también, a nuestros familiares y amigos que están lejos,
Que compartan, como nosotros, su alimento
Con alegría y en paz.
Danos nuestro pan de cada día
Y danos tu bendición, Señor.Amén.
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