Dios es trascendente; existe por sí mismo y es diferente a toda su creación. Sin embargo está en todas partes porque nada puede existir fuera de él. El apóstol Pablo dice que todos existimos en Dios, que en él nos movemos (Hch 17:28). Dios vive en nosotros y nosotros vivimos en Dios, pero como nos creó libres podemos apartarnos de él, es decir, ignorar su presencia en nuestra vida. Dios nos permite ejercer nuestra libertad, pero no deja de llamarnos para que nos acerquemos a él, y así manifestarse a través de nosotros.
Dios toma siempre la iniciativa. Llama a cada uno en su situación personal, en las circunstancias de su vida, en su aquí y ahora. Dios quiere que el ser humano atienda a su llamado y se disponga a vivir en su presencia porque así llegará a su plenitud como persona.
No son las personas quienes por iniciativa propia buscan a Dios: todo lo contrario, si lo buscan es por una respuesta a su llamada. La respuesta es la oración, que se expresa reconociendo el llamado de Dios y en la decisión de escucharlo para entender lo que quiere de nosotros.
En la Biblia leemos que Dios llama, se revela e invita a actuar a muchas personas para que colaboren con sus propósitos, estableciendo una alianza con ellos.
En el libro del Génesis Dios llama a Abraham y lo invita a salir de la ciudad donde habitaba, a abandonar todo para dirigirse a la tierra que le mostrará. Él siente el llamado y obedece, partiendo a Canaán, la tierra prometida (Gn 12:1-7).
Llama también a Moisés desde la zarza ardiente en el desierto de Sinaí, y después de revelarle su nombre lo envía para liberar a su pueblo esclavizado en Egipto. Moisés lo reconoce como el Dios de sus antepasados, le obedece y va a cumplir su misión (Éx 3:1-4).
Habla al profeta Ezequiel y lo envía al pueblo israelita para que, en su nombre, llame a la gente a cambiar de vida y a volver a su Dios (Ez 2:1-5).
Llama igualmente al apóstol Juan, el autor del Apocalipsis, a quien da la misión de escribir un libro con las cosas que han de suceder pronto (Ap 1:10-16), y Jesús de igual forma llama a sus apóstoles, a quienes envía a llevar el evangelio por todo el mundo.
Dios conoce las profundidades del corazón humano. Ahí, en esa dimensión estrictamente personal y privada, va indicando a cada uno si sus pensamientos, palabras y acciones están con el bien o con el mal; pero él nos llama a comprometernos con la llegada de su reino. Si somos sensibles a las señales que nos da, se irá completando el proceso interior que nos permite reconocer ese llamado, ya que Dios no sólo nos habla desde nuestro corazón sino que también de otras formas. Ese proceso interior, alimentado por múltiples experiencias personales, nos permitirá iniciar un camino que nos llevará en un momento dado a reconocer que es Dios mismo quien nos habla y nos muestra lo que debemos hacer.
Dios está en lo profundo de nuestra vida; Jesús en el evangelio nos dice que al disponernos a orar debemos buscar un encuentro personal con el Padre, en lo secreto. En nuestro interior, allí donde sólo Dios tiene acceso. Nos dice que entremos a nuestro cuarto, cerremos la puerta y que nos dispongamos a orar al Padre. Esto significa que para lograr esto debemos habituarnos a estar solos, a permanecer en silencio, a dejar el corazón en calma; a eliminar todo pensamiento que nos aleje de Dios; que debemos conseguir el silencio verbal y alejar de nosotros todo ruido mental para lograr la tranquilidad y la calma interior y exterior. Sólo logrando esto estaremos dispuestos para entender lo que Dios quiere de nosotros y disponernos a hacer su voluntad. La comunicación profunda y la intimidad cada vez mayor con él, será el premio que recibiremos de Dios, que ve en lo secreto (Mt 6:6).
En los momentos más importantes de su vida, Jesús se apartaba de sus discípulos para orar a solas con Dios. Después de una profunda oración tomaba decisiones importantes como la elección y el llamado a sus doce apóstoles, como lo narra el evangelista Lucas (Lc 6:12-16). Del mismo modo, si logramos dejar nuestra mente en silencio y nos apartamos de todo ruido verbal, estaremos más conscientes de la presencia de Dios en nuestro interior, lo que eventualmente nos dará más claridad para decidir y actuar de acuerdo con lo que Dios quiere para nosotros.
También Dios nos habla por medio de su enorme y perfecta creación; porque el universo creado por Dios, que es infinitamente grande y perfecto, nos muestra algo de lo que él es, de su perfección y hermosura, porque Dios está en todo, aunque lo trasciende todo (Sal 19:1-5).
Dios nos habla igualmente a través de los acontecimientos de nuestra vida, mediante lo que nos sucede: en la alegría, o las penas, en nuestros éxitos y triunfos, o en nuestros fracasos, Dios siempre nos dice algo. En nuestro caminar por la vida nos vamos dando cuenta de que Dios ha estado siempre junto a nosotros, hasta cuando creíamos que estábamos solos y abandonados.
Debemos esforzarnos para lograr la sensibilidad que nos permita reconocer en los distintos acontecimientos de nuestra vida a Dios, que está siempre junto a nosotros, que nos ayuda y que nos salva cuando estamos en situaciones de riesgo. Es bueno repasar nuestra vida para agradecer a Dios por las veces que nos sostiene, nos protege y nos libra. Mediante la reflexión y el silencio podremos reconocer la presencia de Dios y sus intervenciones en nuestra historia vital, intervenciones que son más frecuentes de lo que pensamos.
Nos habla también por su palabra escrita en los textos de la Biblia: en los relatos tradicionales, en las narraciones históricas, en los poemas y libros de sabiduría que contiene, textos que fueron reunidos, seleccionados y conservados por los sabios y maestros del pueblo israelita. Nos habla igualmente en la voz de los profetas, que fueron educando al pueblo a través de los siglos y que anunciaron la intervención definitiva de Dios en el mundo con la llegada del Mesías. Al mismo tiempo, por medio de estos textos Dios se va revelando a su pueblo y a nosotros como Dios único, fuente de amor absoluto y misericordioso.
Finalmente Dios nos habla por medio de Jesús, la palabra definitiva de Dios. Jesús revela a Dios como Padre misericordioso, cercano a los seres humanos, y que respetando la libertad de cada uno, los busca como aliados para construir su reino, que será la manifestación de Dios en su plenitud.
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